::Dinámica Sadomasoquista Libro-Lector en su proceso de Adquisición::
:Por Genovesio:
Sucede que cada vez que encuentro un buen libro en la vidriera de una –logicamente- librería, entro y pido verlo. Esto no me diferencia del resto de los mortales. Sigamos. Lo hojeo, lo hago rodar sobre y entre mis manos, lo sopeso, lo mastico en sus puntas como si de moneda de oro se tratara, lo froto contra mis tetas flacas, para luego devolverlo al librero prometiendo pasar prontamente a comprarlo, rezo (y soy nihilista) para que no vaya otro interesado a esa librería, rezo (y soy anarcosindicalista) para que el librero no lo devuelva a la vidriera y pase un poco piola hasta que yo junte el monto solicitado por el librero que tal vez esté un poco por encima del precio medio marcado por la ley de oferta demanda, rezo (y soy bastante sacrílego en mis oraciones) porque el librero guarde ese libro en un cajón y luego se muera, años después, para que herede el local su hijo que no conoce el mundo literario y sus afanes coleccionistas, quien descubrirá ese libro en el cajón y lo declarará poco interesante y lo ubicará en la batea de ofertas y entonces yo podría adquirirlo a una suma deshonesta y vulgar, indigna para el autor, satisfactoria para mí, patán.
Sucede que pasarán los días y yo iré resignándome a las prioridades de los obreros y, desisitiendo de comprar ese ejemplar, por el que me estará esperando el librero, ahora Penélope, me compraré en código de venganza, una venganza contra mí mismo, una penitencia glorificada, un libro pedorro, barato, cliché, del tamaño de mi bolsillo, y lo leeré obligándolo a superar al que no compré, al ausente; le exigiré que sea notable, simbólico, metafísico, prometeico; lo azotaré incluso, lo enviaré al gimnasio y al neurólogo, lo expondré a las inclemencias (sic) del clima y de los familiares sexagenarios, lo torturaré.
Y lo hallaré excelente al pasar la última página, cumplirá la meta. Y entonces miraré el techo revoleando las corneas como ternero mamando y -esgrimiendo un cigarrillo de filósofo- arriesgaré una frase marmórea que, palabras más, palabras menos, dirá que los libros son tan débiles como los humanos, estúpidamente piadosos. Luego reiré estrepitosamente y sentiré la dicha habitar el espacio, recordaré al librero y brindaré a su salud, y luego me darán ganas de mear y me olvidaré del tema.
Sucede que pasarán los días y yo iré resignándome a las prioridades de los obreros y, desisitiendo de comprar ese ejemplar, por el que me estará esperando el librero, ahora Penélope, me compraré en código de venganza, una venganza contra mí mismo, una penitencia glorificada, un libro pedorro, barato, cliché, del tamaño de mi bolsillo, y lo leeré obligándolo a superar al que no compré, al ausente; le exigiré que sea notable, simbólico, metafísico, prometeico; lo azotaré incluso, lo enviaré al gimnasio y al neurólogo, lo expondré a las inclemencias (sic) del clima y de los familiares sexagenarios, lo torturaré.
Y lo hallaré excelente al pasar la última página, cumplirá la meta. Y entonces miraré el techo revoleando las corneas como ternero mamando y -esgrimiendo un cigarrillo de filósofo- arriesgaré una frase marmórea que, palabras más, palabras menos, dirá que los libros son tan débiles como los humanos, estúpidamente piadosos. Luego reiré estrepitosamente y sentiré la dicha habitar el espacio, recordaré al librero y brindaré a su salud, y luego me darán ganas de mear y me olvidaré del tema.
1 comentario:
Así llegó a mi Dostoiyesky y su Memoria de Subsuelo y luego, Sartre, con La Nausea, ambos fundidos entre otros libros arrugados, meados, ensangrentados, pegoteados, y para mí fue hermoso, como si ellos mismos quisiesen estar conmigo,en mi velador, espiándome y luego en mis manos con la suave luz de la lámpara, en cierto modo, nos estabámos reuniendo, sin café ni galletitas, pero si con el olor a semen reseco y vino rancio de sus hojas, además de las fragancias exquisitas que suelta los libros de escritores antiguos y hojas que se descascaran de viejas...
un abrazo Genovesio,
Elver Cruzila.
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